El valor del dinero

“Si quieres saber el valor del dinero, trata de pedirlo prestado”, Benjamín Franklin.

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       Nuestro planeta vive épocas turbulentas para la economía: “crisis”, “recesión”, “desaceleración”, “burbuja” y “devaluación” son palabras recurrentes en las noticias y editoriales de la prensa especializada en finanzas en los últimos años. En este periodo, hemos mirado con asombro cómo de estos fenómenos no se escapan ni las economías más poderosas –y supuestamente estables- del mundo.

La cercanía con la famosa cláusula del “abismo fiscal” de los Estados Unidos, una Unión Europea que no recupera su forma, y el aumento desmedido de la deuda pública de las entidades de nuestro país son elementos que deben llamar poderosamente la atención de habitantes y autoridades para no carecer mañana de lo que se pudiera malgastar hoy.

Durante estos periodos de riesgo son bastante comunes los análisis de expertos manifestando las posibles consecuencias de las crisis en la economía de las personas, pero casi nula la reflexión en sentido contrario, estudiando cómo los hábitos y visión de cada uno de nosotros con respecto al dinero pueden ser la causa del estancamiento o colapso financiero de la nación entera.

Para no irnos tan lejos, esa misma actitud ante el dinero puede ser causa de cosas tan comunes como el que “no nos alcance el salario”, las calles en mal estado, el poder de los líderes sindicales, la baja productividad, los altos costos del transporte, y hasta la baja calidad en la telefonía celular. ¿Cómo es eso?

El funcionamiento del dinero es un tema que rara vez abordamos con la seriedad que lo amerita en los ámbitos escolar y familiar, siendo su comprensión asunto fundamental para lograr una sociedad más responsable y próspera.

La ignorancia de lo anterior o su manejo irresponsable siempre tienen consecuencias.

Cuando un pueblo piensa, por ejemplo, que su gobierno posee una cantidad ilimitada de dinero, las personas votan por quienes repartan más “apoyos” sin la necesidad de estudiar si se pueden sostener, se exige al Estado que incremente su tamaño y se haga cargo de todo tipo de actividad, se permite su endeudamiento sin el cuidado de cómo se va a pagar o para qué se va a utilizar ese recurso, los sindicatos de instituciones públicas exigen -y logran- aumentos desproporcionados de prestaciones si los comparamos con el mercado y su productividad, se tolera que los funcionarios públicos regalen o incluso tomen para sí algo del dinero público, y se fomenta que los ciudadanos no cumplan con el importante pago de impuestos ya que –según ellos- no hace falta.

Al realizar esas malas prácticas durante la suficiente cantidad de años, la bomba termina por estallar y solo se hace responsables a los gobernantes que tienen la mala fortuna de estar al frente en el momento del colapso.

Después de ello, cuando deben venir los ajustes para remediar las malas prácticas financieras y recuperar el equilibrio económico, la población se manifiesta en contra de las medidas tachándolas de “retrocesos” en conquistas sociales y de pillerías de los políticos en turno. Como si no fuera lógico que si se gasta más de lo que se tiene, tarde o temprano habrá que pagar. Para ejemplos, con España y Grecia tenemos.

También en nuestra relación diaria con empresas podemos crear grandes distorsiones económicas.

Cuando no dejamos de comprar productos que elevan injustificadamente su precio y/o disminuyen su calidad, cuando preferimos comprar a crédito sin evaluar sus riesgos y costos, o cuando solapamos al vecino “abusado” que se roba la luz, el agua, u otros productos y servicios; no nos damos cuenta que -directa o indirectamente-, estamos contribuyendo al aumento de precios, y así, a la pérdida del poder adquisitivo de nuestro salario.

Así pasa también en nuestros lugares de trabajo. Cuando nos distraemos de nuestras actividades en el tiempo que se nos paga para realizarlas, o cuando sustraemos o desperdiciamos materiales de la empresa en la que laboramos, generamos un aumento de costos que orilla a la organización a decidir entre la posibilidad cobrar más a sus clientes o reducir sus costos despidiendo a empleados o pagándoles menos. De cualquier forma, todo lo que hacemos se nos devuelve.

Debemos convencernos que no somos simples espectadores o víctimas de los “vaivenes” financieros sino que, con nuestra responsabilidad, podemos ser artífices de un futuro mucho más estable y mejor para todos.

De no hacerlo así, seguiremos culpando de nuestra situación a fuerzas ajenas que no alcanzamos a entender, y seguiremos viendo siempre deteriorada nuestra calidad de vida año tras año sin saber por qué. Abusados.

Marco Antonio @MtzGuerrero es jarocho, licenciado en derecho por la Universidad Cristóbal Colón, ex-Coordinador Nacional de Comunicación de Acción Juvenil y experto en Social Media y Aplicaciones Web. “El Ave Canta” toma su nombre de aquel famoso verso de Salvador Díaz Mirón: “el ave canta aunque la rama cruja, como que sabe lo que son sus alas”. Consulta más columnas en http://www.marcomartinez.org

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